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La prepotencia en Aeroméxico PDF Imprimir E-Mail
escrito por Gustavo Armenta   
domingo, 11 de febrero de 2007

Ciudad Abierta

2007 Febrero 11

La prepotencia en Aeroméxico


El domingo pasado propuse continuar hoy con el tema de los fundamentalistas del INAH. Pero en la semana me llegó la carta de un lector que, por la gravedad del caso, merece dedicarle este espacio en esta ocasión.

En la búsqueda del gobierno mexicano de penetrar en el mercado de turistas asiáticos, en noviembre pasado Aeroméxico, que dirige Andrés Conesa, comenzó a operar dos veces a la semana el vuelo DF-Tijuana-Tokio, ofreciendo un paquete de mil 350 dólares. Seducido por esta oferta, nuestro lector Carlos Núñez decidió pasar unas vacaciones allá junto con su familia, cinco miembros en total.

El 25 de enero tomaron el vuelo AM508. Viajero frecuente, está inscrito en el Club Premier, programa de lealtad de Aeroméxico, y en varios años ha acumulado más de 400 mil kilómetros, lo cual le alcanza ya para cuatro boletos gratis, ida y vuelta, a Japón. Pero, si tiene tantos kilómetros, no es porque le guste gastar, sino porque jamás, ni por Internet, ni por teléfono, ni personalmente, ha podido hacer efectivo ni un solo kilómetro de los que ya inútilmente colecciona. No obstante, pensó que, por lo menos, le servirían para lograr un ascenso a Clase Premier en su viaje a Tokio. Pero no fue así.

“Por políticas de la empresa no hay ascensos en este vuelo, señor”, le dijeron en el mostrador.

Así que tuvieron que conformarse con la Clase Turista que habían pagado. En el B777-200 en el que viajaron la Clase Premier abarca de la fila uno a la siete, y a la familia Núñez le dieron sus asientos en la fila ocho, así pudieron observar los movimientos que se registraron en la Clase Premier.

“Personal de tierra y de la cabina acomodaron a cuando menos cinco personas en Primera Clase, que no habían invertido en esa comodidad. Después supimos que eran familiares de la tripulación”, cuenta y añade:

“Bajamos de la nave en Tijuana. Ya de nuevo en el avión, seguían vacíos al menos diez lugares de Primera Clase. Iniciaba el vuelo trasatlántico. Vimos que un señor se acercó a dos jóvenes y una señora, su familia, y los pasó a la fila siete. Después, otro de los tripulantes pasó a tres personas más. Luego, la que después supimos era la hija del capitán del vuelo, llamó a cuatro sujetos más y los sentó en Primera Clase. ¡Gratis! ¿Y las políticas de la empresa?”, cuestiona.

Entonces Carlos le preguntó a una de las sobrecargos por qué pasaban a esos pasajeros a Clase Premier. “Es que son familiares del capitán”, le respondió. Se quejó duramente con ella y la sobrecargo Anaya le dijo que el capitán del vuelo, de apellido Barajas, era quien decidía eso, pero que le pasaría la queja.

“A la llegada al aeropuerto de Narita, Hugo Pérez, empleado de Aeroméxico, se acercó para gentilmente preguntar cómo había sido el viaje. Le relatamos lo sucedido y nos dijo que pasaría la queja.

“De regreso, seis días después, para tratar de resarcirse, el señor Pérez nos entregó unos pases para el salón VIP de la empresa, pero que está ¡al otro lado del aeropuerto! Creo que quería que perdiéramos el avión”, añade.

Ya en el vuelo AM507, la misma sobrecargo Anaya le preguntó a Carlos si podía decirle al capitán que ya estaban a bordo. “Pues sí”, le respondió.

“Vino el capitán y, palabras más, palabras menos, nos espetó: Soy el capitán Barajas, soy la máxima autoridad de este avión de más de 80 millones de dólares y tengo facultades hasta de bajar a un pasajero que yo considere pone en peligro el vuelo, así que no tiene usted por qué cuestionar mis decisiones.

“Por petulante, grosero y altanero, lo mandé por un tubo y le prometí solemnemente que publicaría este relato. Porque la empresa, probablemente, sólo probablemente, podría tener la mejor intención de dar un buen servicio, pero patanes como el capitán Barajas la echan a perder. Los que pagamos los boletos de avión somos los usuarios y de ahí viene el salario del señor Barajas”, se queja.

Como colofón expresa: “Por otro lado, de nada sirve el programa de lealtad de Aeroméxico. Su Club Premier es una porquería, pues nunca se pueden redimir kilómetros; nunca hay disponibilidad, sólo es un engaño a los usuarios. Fuera de esto, es un privilegio visitar Japón donde aprecian y respetan a los mexicanos”.

Una historia repetida

Después de leer este relato, se ve que en Aeroméxico no aprenden. Me hizo recordar que hace tres años, al abordar un avión de esta línea aérea en Salt Lake City, Estados Unidos, en los compartimientos de Clase Premier no había espacio para guardar el equipaje de mano, siendo que éramos los primero pasajeros en abordar. Me quejé con un sobrecargo, quien me respondió que estaban ya ocupados por las maletas de la tripulación y que buscara un lugar en clase turista. “¿Es política de la empresa anteponer la comodidad de los empleados a la de los pasajeros”, le pregunté. “Sí, así es”, me dijo molesto e irónico y se fue. Enseguida, un empleado de tierra entró a la cabina y a una joven que viajaba en mi grupo de amigos le ordenó que se quitara un gorro que lucía. Era un gorro infantil con la morada figura de Barney y al tipo no le gustó. Protesté por las malas maneras y la absurda exigencia, a lo que me respondió que era un gorro de mal gusto, impropio para usarlo en Clase Premier. Discutimos fuertemente y el resultado fue que pidió el apoyo de dos guardias armados que, a la muchacha y a mí, nos bajaron del avión. Todo se resolvió cuando mi amiga, asustada, a pesar de mi oposición, prudentemente decidió guardar su gorro. Ese vuelo de Aeroméxico fracasó y tiempo después dejó de operar.

Si las cosas funcionan así en Aeroméxico, de poco servirán los más de dos millones de dólares que está invirtiendo el gobierno mexicano en publicidad en Japón, ni los esfuerzos que el secretario de Turismo, Rodolfo Elizondo, realizó para hacer realidad esta ruta.

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Modificado el ( jueves, 12 de junio de 2008 )
 
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