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Los Cabos, la Meca del Turismo Premium PDF Imprimir E-Mail
escrito por Gustavo Armenta   
domingo, 31 de diciembre de 2006

Los Cabos, la Meca del Turismo Premium

Aquí se encuentran los mejores hoteles de México y algunos de los más reconocidos a nivel mundial, con tarifas que alcanzan varios miles de dólares por noche

Los Cabos, BCS.- A principios de la década de los 80 conocí Los Cabos. Junto con dos amigos, llegué a las costas de Cabo San Lucas una mañana luminosa después de cruzar durante toda la noche el Mar de Cortés, navegando en el viejo ferry “Gustavo Díaz Ordaz” desde Puerto Vallarta.

La travesía era un tanto aburrida y turbulenta. Al poco tiempo de zarpar sirvieron la cena en el restaurante del barco y después de eso sólo quedaba irse a dormir al diminuto camarote y aguantar el constante zangoloteo, porque a la vetusta nave ya no le funcionaban bien los estabilizadores, o mirar desde cubierta la noche estrellada y la impenetrable negrura del mar nocturno. Elegimos lo segundo.

Durante horas bebimos y jugamos cartas en las metálicas mesas de cubierta, disfrutando de la calurosa noche y la fresca brisa del verano, hasta que el sueño nos mandó a la cama. Desperté no muy temprano, como a las diez de la mañana, cuando la playa ya se divisaba cercana y estábamos a punto de atracar.

Un taxi nos llevó al hotel que estaba en las afueras del pueblo. Eran los tiempos donde el mejor alojamiento del lugar se encontraba en el Finisterra, célebre porque ahí se habían hospedado los Rolling Stone; pero al que llegamos no estaba mal, pero sí vacío. Ante la carencia de huéspedes, en lugar de las habitaciones reservadas nos dieron una inmensa suite con varios cuartos y alberca interior. El hotel, del cual no recuerdo el nombre, estaba construido a la orilla de un acantilado y su piscina terminaba justo donde comenzaba el despeñadero. Si uno se agitaba dentro del agua, el líquido que brincaba se despeñaba por las paredes de piedra del precipicio. Pero lo mejor era su jacuzzi ubicado en la punta del barranco, desde donde se miraba el abismo que terminaba en el mar y donde el goce de los crepúsculos era inmejorable.

Ahí pasamos los días enteros, desayunando tarde, tomando el sol, bebiendo margaritas y compitiendo en maratónicos torneos de backgammon, al cual se sumaban las escasas visitantes que llegaban, quienes más que turistas, eran muchachas foráneas que trabajan en San José del Cabo y que en sus días libres iban a San Lucas para nadar en la alberca.

Los empleados del establecimiento nos advirtieron que no fuéramos, que no tenía caso, pero hartos de esta rutina de todos los días, una tarde decidimos conocer el pueblo. No tardamos mucho en regresar. San Lucas era una pequeña población de unas cuantas calles y dos o tres cantinas, sin nada qué hacer. Le dimos la vuelta y volvimos al hotel.

Así, una mañana, cansados de margaritas, ocasos rojos, alberca y dados, resolvimos volar a la capital del estado, La Paz. Fuimos a la oficina de Aerocalifornia pero, lejos de encontrar la seguridad de un vuelo regular, nos tuvimos que anotar en una lista de espera y ellos nos llamarían: si para el siguiente día había suficientes boletos vendidos, habría vuelo, si no, tendríamos que esperar.

Y las malas noticias llegaron 24 horas después, no había vuelo. Sin embargo, encontramos una solución: alquilamos una avioneta que no nos resultó mucho más cara que la suma del costo de los tres boletos de avión. Debíamos estar a las siete de la mañana en el aeropuerto, para volar a La Paz. Un taxista nos recogió a las seis de la mañana y tomamos carretera hasta que se internó en el desierto por un camino de terracería. Durante largos minutos sólo vimos cactus, biznagas, tierra seca, y cuando esperábamos encontrar un edificio con torre de control, el auto paró junto a una larga franja de asfalto llena de baches y bolas de estiércol, que se extendía en medio de la nada.

A pesar de nuestros reclamos, el chofer nos cobró y se fue. “No se preocupen, la avioneta llegará a la siete”, dijo con seguridad, pero no le creímos del todo. El coche desapareció tras una polvareda y nosotros nos miramos sentados sobre nuestras maletas en pleno desierto, rodeados de huizaches y soledad, a decenas de kilómetros de cualquier lugar civilizado, en espera de una Cessna casi imaginaria.

Nada se oía en ese páramo, ni una ave, ningún correr de agua, ningún motor, ni siquiera viento, sólo se dejaba escuchar nuestro temor de quedar ahí abandonados. Pero en la víspera de las siete de la mañana apareció un zumbido lejano que fue creciendo hasta convertirse en un ronroneo. Como náufragos en una isla clavamos la mirada en el cielo despejado y azulísimo y descubrimos un puntito opaco que parecía acercarse. Poco a poco fue aumentando de tamaño, igual que nuestras esperanzas, hasta que a nuestros oídos llegó el rugido de un motor que se convirtió en una avioneta que aterrizó frente a nosotros esquivando hoyos y boñigas.

Eso eran Los Cabos hace un cuarto de siglo, cuando apenas en San José del Cabo se desarrollaban los primeros trabajos para convertir la punta de la península de Baja California en un Centro Integralmente Planeado (CIP).

La transformación

Con todo el país por descubrir, nunca volví a pensar en Los Cabos como un lugar para vacacionar. Por cuestiones profesionales, regresé quince años después, en la segunda mitad de los 90, cuando un amigo me pidió lo encontrara en La Paz para ayudarle en un trabajo editorial. El día acordado, yo volé a la capital de Baja California Sur y él llegó por mar, con todo y camioneta. En el trayecto terrestre de La Paz a Cabo San Lucas fui descubriendo las maravillas del desierto y recuperando todos estos recuerdos. Y, si bien no esperaba encontrar Cabo San Lucas idéntico a como lo había visto, nunca imaginé lo que estaba a punto de descubrir.

Teníamos reservaciones en un hotel junto a la marina y al llegar todo aquello me impresionó. Ya no existía el pueblo que conocí. En unos cuantos años habían construido una ciudad entera planeada para el divertimiento, con grandes hoteles y coloridos desarrollos inmobiliarios, campos de golf, todo tipo de comercios, tiendas, restaurantes, bares y una gran marina donde descansaban enormes y lujosos yates.

Todo eso era resultado del proyecto que impulsó el presidente Gustavo Díaz Ordaz a finales de los 60 y que comenzó a concretar Luis Echeverría a principios de los 70, de construir cinco CIPs, comenzando por Cancún, en Quintana Roo y siguiendo con Ixtapa, en Guerrero. Los Cabos había sido el tercero y ahí estaba el producto de ese plan. Pero, al contrario de los dos primeros, aquí decidieron edificar un corredor turístico entre un par de pueblos separados por apenas 33 kilómetros: San José y San Lucas.

Hoy, Los Cabos, en Baja California Sur, es el destino turístico más sofisticado de México y uno de los más importantes del mundo, donde se concentra la principal oferta de turismo prémium del país. Aquí se encuentran los mejores hoteles mexicanos y algunos de los más reconocidos a nivel mundial, como One & Only Palmilla, Las Ventanas al Paraíso y Esperanza, con tarifas que alcanzan varios miles de dólares por noche; es una de las Mecas del golf internacional y un paraíso para la pesca deportiva. La insólita conjugación de mar con desierto le da una belleza poco común, además de que cuenta entre sus activos al Mar de Cortés, considerado el mayor acuario natural del planeta.

Pero Los Cabos no es una ciudad concluida. Su crecimiento es constante y sin pausa. Para el presente año y el que viene, está recibiendo inversiones por mil 200 millones de dólares, en proyectos que ya se desarrollan.

Están en proceso en San Lucas una nueva marina, por parte del empresario Eduardo Sánchez Navarro, y el hotel Cabo Pacífica, de la cadena Pueblo Bonito, propiedad de Ernesto Coppel. En San José se levanta el Club Campestre San José, que incluirá campo de golf de 18 hoyos, 900 casas y condominios, lotes comerciales, club de playa y club social en un área de 220 hectáreas.

De aquel pueblito insignificante y aburrido no queda nada. Actualmente, Los Cabos vive de día como de noche y, aunque a los que vivimos en el centro de la república nos parece un lugar lejano, en realidad solamente toma dos horas de avión para llegar.

Qué hacer

Los Cabos es un destino muy completo, donde hay mucho qué hacer a cualquier hora. Ofrece actividades de turismo de aventura y ecoturismo, como paseos a caballo en El Médano, caminatas en el estero de San José del Cabo, donde habitan más de 150 especies de aves; buceo en la Roca del Pelícano, Punta Gorda y El Arco, icono del destino; deportes extremos y kayakismo en El Chileno y la Playa del Amor; pesca en alta mar o en el Parque Nacional Marino Cabo Pulmo; y surfeo en Boca de la Vinorama, Costa Azul y Acapulquito.

El entretenimiento también lo encontrarás en las compras, que se realizan en infinidad de pequeños comercios de artesanías, joyas de plata, muebles rústicos, máscaras, objetos de vidrio soplado y de cerámica; en mercados al aire libre o en exclusivas boutiques de reconocidas marcas, así como en los grandes centros comerciales como Plaza Puerto Paraíso, Plaza del Mar, Sol Dorado, Plaza Bonita, Almacén Goncaseco y Copal.   

Otro de los atractivos de Los Cabos es su agitada vida nocturna. En el corredor turístico hallarás sitios para disfrutar de la música, cuyos ritmos van desde los beats del pop hasta el rock, propios para bailar a la orilla del mar, acompañado de platillos típicos, una copa o, incluso, un café. Algunos de estos lugares son: Cabo Wabo, el más popular de todos; Billy’s Island, The Nowhere Bar, Squid Roe, otro de los más famosos y Hard Rock Café, restaurantes-bar con música en vivo para bailar.

Como complemento, un atractivo más de este destino bajacaliforniano es su oferta gastronómica, que lo mismo la encuentras en pequeños expendios, que en exclusivos restaurantes goumet.

Entre sus especialidades están los guisos elaborados con pescados y mariscos, pero la cocina de esta región mezcla una gran variedad de sabores como el estilo pastor y el marinero. Por otro lado, están los burritos de machaca y los frutos del mar rellenos, como la jaiba, pescado y camarones; machaca de carne de res, de langosta, de camarón y de manta raya. Entre sus postres tradicionales encontrarás ates y dulces de temporada en almíbar.

Pero nunca pierdas de vista que Los Cabos es la Meca nacional del turismo prémium, con su oferta de golf, Spas y navegación.

Sus campos de golf están considerados entre los mejores del mundo, varios de ellos diseñados a la orilla del mar. Entre los más importantes están el Cabo Real, El Dorado, Palmilla, Cabo del Sol, Club de Golf Raven, San José, La Querencia y el San Lucas Country Club.

Por su parte, los diferentes Spas ofrecen toda clase de tratamiento y técnicas. De entre los más renombrados destacan el Sueños del Mar, Nahui y el del hotel Las Ventanas al Paraíso.

Por último, Los Cabos cuenta con una marina de primer nivel, que alberga lujosos yates privados, barcos de pesca y veleros, en sus 380 muelles individuales. Aquí dispones de excelentes instalaciones y todos los servicios náuticos que requieras. Este sitio está rodeado de hoteles, buenos restaurantes y comercios.

Pero no es la única, también cuenta con las marinas Solmar y Cabo San Lucas, donde es posible alquilar un yate para salir a pescar o, simplemente, navegar y disfrutar de todo lo que ofrece éste que es el destino más exclusivo de México. 

Más información:

www.gbcs.gob.mx

Revista Buen Viaje

 
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