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Anécdota. Nadar con tiburones PDF Imprimir E-Mail
escrito por Gustavo Armenta   
domingo, 01 de julio de 2007

2007 julio 1

Nadar con tiburones

El Caribe que rodea a Bahamas es pródigo en tiburones. Una mañana zarpamos de Nassau y navegamos alrededor de dos horas en busca de uno de los mejores lugares para esnorquelear, un sitio plagado de corales y grandes peces multicolores. El yate iba lleno de turistas y durante el trayecto las bromas sobre los escualos fueron muchas; envalentonados, varios pedían verlos, pero ninguno se apareció.

De regreso, a medio camino en alta mar, la nave se detuvo y apagó el motor. “¿Querían tiburones? Pues ahora los verán”, dijeron varios miembros de la tripulación, con una sonrisita dibujada en su rostro. Como si nos estuvieran esperando, de inmediato cuatro tiburones comenzaron a circundar el bote, con su aleta dorsal fuera del agua. Era un espectáculo que a todos impresionaba. Mirábamos a esos animales que pocas veces se pueden observar tan de cerca, cuando la rampa de la popa se abrió, lo que sucede cuando alguien va a entrar en el mar. A varias cubetas con hoyos los marineros amarraron sendas cuerdas y nos explicaron: “Estas cubetas tienen comida para los tiburones; las vamos a lanzar al agua y bajarán a ocho metros de profundidad que es el largo de las cuerdas. Poco a poco irán soltando los trozos de pescado y todos los tiburones se lanzarán por la comida, así que quien quiera bajar a verlos puede hacerlo mientras comen”. Enseguida dieron las recomendaciones: no zambullirse, sólo flotar; no aletear; no alejarse del yate y, la más importante, en cuanto comenzaran a subir a la superficie, de inmediato regresar a la nave.

“Son como cuatro y estarán ocho metros abajo. El riesgo parece medido y la experiencia vale la pena”, pensé. Me puse el visor y las aletas y me lancé al mar junto con algunos otros. Al meter la cabeza en el agua quedé paralizado, la visión resultaba indescriptible: no había menos de cuarenta escualos disputándose un trozo de carnada y la sensación de saberme flotando en las mismas aguas que aquellos animales en su hábitat natural, me llevó a una fascinación que me abstrajo y me hizo olvidar cualquier otra cosa. Pero la hipnosis terminó cuando los tiburones comenzaron a ascender. Los gritos de algunos me hicieron reaccionar y de prisa regresé al yate. Sin duda, una gran experiencia.

Milenio Diario. Suplemento TornaVuelta

Modificado el ( domingo, 04 de noviembre de 2007 )
 
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