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Huatulco, el reino de la tranquilidad PDF Imprimir E-Mail
escrito por Gustavo Armenta   
domingo, 12 de diciembre de 2004

2004 diciembre 12

Huatulco, el reino de la tranquilidad

Como todo destino de playa, ofrece a los visitantes diversas actividades para desarrollar, desde pesca deportiva y kayak, hasta observación de ballenas y aves terrestres y marinas; así como tours de buceo a barreras coralinas y esnórquel. Sin embargo, lo mejor que tiene es su belleza natural y la serenidad que todo lo inunda


HUATULCO. En la alberca volada del pequeño hotel Casa del Mar, una pareja se abraza y juega al amor silencioso, ese que se construye con miradas y caricias que los ojos voyeristas no ven. Una lenta canción inunda discreta el aire y el sol comienza a irse sin prisa. Después de la orilla de la piscina sólo hay precipicio y, más allá, el mar que se sale de la Bahía de Tangolunda y se esparce inconmensurable por el mundo, apacible, en calma, dejándose platinar su azul por los últimos rayos luminosos del día que ya tiene media pijama puesta.

Entre el filo de la alberca y el lejano horizonte cabe todo este mar Pacífico. Del otro lado de la bahía, las tres torres del hotel Las Brisas observan al velero blanco que despojado de urgencias recorre Tangolunda.

La pareja se hunde abrazada en el agua y sólo quedan fuera sus rostros, cara a cara, en un amago de beso. Alberca, pareja, ocaso, mar y velero, podrían forma la fotografía de un anuncio que, con este instante congelado en el tiempo, narraría las bondades de Huatulco.

En las casas vacacionales que pueblan el cerro de enfrente parece no habitar nadie. El soplo del atardecer mueve apenas la melena de sus palmeras.

Junto a la piscina del hotel, en una carpa con paredes de tela blanca, alguien recibe un masaje mientras observa todo esto, mientras disfruta de unas manos que le recorren consintiendo al cuerpo y del paisaje azul, color que llena la alberca, el océano, el cielo limpio de nubes, mientras el sol, que no se quiere mojar, prefiere desaparecer tras las montañas en lugar de caer al mar.

Este lugar, Huatulco, es el último de los cinco destinos pensados y construidos para el divertimento y el descanso en México, es el reino de la tranquilidad…

Historia

Cuenta la crónica oficial que corría el año de 1969 cuando los hombres del Banco de México, pioneros del desarrollo turístico planificado en el país, sobrevolaban las costas de Oaxaca en busca de opciones para construir ciudades lúdicas. Entonces descubrieron una sucesión de nueve bahías y quedaron maravillados frente a su belleza natural. A partir de ahí, no les quedó la menor duda de que en las Bahías de Huatulco, ubicadas en la Sierra Madre del Sur, se edificaría uno de los Centros Integralmente Planeados (CIP), al igual que Cancún, Los Cabos, Ixtapa y Loreto.

El desarrollo Huatulco, cuyo nombre significa “Lugar donde se adora al madero”, es el más grande los cinco CIP, con una franja de 35 kilómetros de largo por siete de ancho y una superficie total de casi 21 mil hectáreas.

Su Plan Maestro de construcción desde un inicio contempló el crecimiento en tres etapas y apenas se ha realizado la primera, que proponía desarrollar las bahías de Chahué, Santa Cruz y Tangolunda, unidas por un boulevard costero. En la actualidad, en la última de estas tres se concentra la mayoría de los principales hoteles del destino, como Camino Real, Las Brisas, Quinta Real, Gala, Barceló y Casa del Mar.

De cenas

Thierry Faiure Wittwer es un chef francés que parece sacado de una película de John Huston o Michael Curtiz. Podría ser Humphrey Bogart en El Halcón Maltés, La Reina Africana o Casablanca. O un poco de cada personaje, pero con una razonable ración del humor del que carecía Bogart y el desenfado que a veces le sobraba. Un duro con buenos sentimientos, pues. De típico aspecto galo, el pelo revuelto y la incipiente barba de dos días completan la facha.

Después de aprender el oficio con el chef del Hotel Crillón, en París, viajó a México a finales de los setenta en busca del Ixtlán que Carlos Castaneda prometía a través de las enseñanzas de don Juan. Y como muchos otros franceses de esa época, decidió quedarse a vivir en este país mágico.

Eligió la ciudad de Oaxaca, donde abrió el restaurante Los Chalotes en el patio del convento de San Pablo, el más antiguo de la urbe. Pero en 1998 un temblor dañó severamente el convento y decidió emigrar con Tina, su mujer, a las playas de Huatulco.

En este sitio se hizo de un pequeño hotel: Edén Costa, que por lo pequeño e íntimo, más bien exuda un ambiente de posada. Se compone de ocho habitaciones y tres suites alrededor de una alberca y a media cuadra de la playa Chahué.

Pero lo mejor es su restaurante: L’echalote, con apenas unas cuantas mesas, pero con la mejor comida de Huatulco. Aquí, Thierry logró la combinación perfecta para el éxito: una cocina memorable y bajos precios.

Reticente a hablar de sí mismo y de sus historia personal, cubriéndose con una nube de misterio, este rincón pareciera el “Café de Rick”, de Casablanca, donde su dueño se refugia para atender a los comensales y, ¿por qué no?, en algunos casos tomarse una copa con ellos.

Pasar en L’echalote una velada, platicar con Thierry, dejar que él aconseje la cena y elija los vinos, mientras la noche se alarga, es una de las cosas que un turista no puede dejar de vivir en Huatulco…

De desayunos

“En esta tierra siempre sobra mucho día”, dice Felipe Aguilar, gerente del hotel Casa del Mar, al mismo tiempo que toma un poco de jugo de naranja en la inmovilidad que se respira en el restaurante al aire libre que está a unos pasos de la alberca volada, donde por la tarde las parejas juegan al amor silencioso.

Hotelero por accidente, su profesión no tenía nada que ver con esto, pero un día el destino lo trajo hasta acá, por unos cuantos días, y ya lleva varios años. El dueño del hotel, Fernando Mangino, lo mandó a revisar unos asuntos administrativo, y se quedó.

Hoy es una especie de chilango converso, que dejó la agitación de la gran metrópoli para dejarse seducir por el ritmo de blues de estas bahías donde el tiempo parece no existir y, si existe, casi no se nota. Pero no hay felicidad completa, dicen, y él extraña a su esposa y a su hija que siguen fieles a la ingrata pero entrañable Ciudad de México.

Platicamos y mis ojos se van al mar esperando los chilaquiles. En ese instante es difícil imaginar que exista otro lugar mejor en Huatulco para desayunar. El hotel está en lo alto de un cerro, en un sitio que llaman Balcones de Tangolunda, y debajo de él todo es mar y cielo, un cielo que comienza sobre nuestras cabezas y desciende hasta el horizonte. En otoño el calor es exacto en estas playas, ni quema ni descobija, es un cálido ser invisible sin excesos. El lugar y el momento son tan cómodos, con el café recién hecho perfumando el ambiente, que uno quisiera quedarse aquí para siempre.

Pero los chilaquiles llegan y el momento estelar de la mañana está por develarse. Si uno ya sabe que no puede regresar de Huatulco sin cenar en L’echalote, una mañana como esta descubre que también comer los chilaquiles de Casa del Mar es imprescindible. Algo tan nimio como eso, como unos chilaquiles, puede marcar la diferencia. Sofisticados, ni duros ni aguados, crujientes y frescos, olorosos a la fusión de tomate, cebolla, ajo, epazote y la sabiduría del cocinero, las tortillas nunca fueron mejor utilizadas. Al final, como los toreros, el chef Luis Rojas tiene que venir a la mesa para recibir la felicitación de todos los comensales.

Casa del Mar es un hotel con Spa y sólo 23 junior suites, todas con vista al mar y una terraza principal de 40 metros cuadrados. Es un recinto para adultos en busca de descanso o soledad para dos…

Qué más

Como todo destino de playa, Huatulco ofrece a los visitantes diversas actividades para desarrollar, desde pesca deportiva y kayak, hasta observación de ballenas y aves terrestres y marinas; así como tours de buceo a barreras coralinas y esnórquel.

Para conocer los alrededores se ofrecen expediciones a la Sierra Madre y a las playas de Zipolite, Puerto Ángel y Mazunte, además de descenso de río, paseos a caballo y visitas a cascadas, fincas cafetaleras y comunidades indígenas, donde se dan cursos de artesanía local.

También, por 170 pesos se contrata un recorrido en catamarán colectivo, con barra libre al levantar el ancla. El paseo incluye conocer desde la nave las playas del Amor, Yerbabuena, La entrega, donde Pitaluga traicionó a Vicente Guerrero; y Cacaluta, hoy famosa porque en ella Maribel Verdú se asoleó con los senos al aire, mientras Diego Luna y Gael García  jugaban futbol, en Y tu mamá también. Están programados descensos en dos playas, donde bajo una palapa es posible comer y beber algo por cuenta propia.

Zona protegida

Paradojas de la vida, al paso de los años este destino no ha alcanzado el éxito que se esperaba, por no abrir sus cielos a las aerolíneas y por carecer de una carretera decente. Pero, a su vez, su lento desarrollo lo ha protegido. Hoy en día la principal comunidad se concentra en el pueblo de Santa Cruz, a donde hay que ir para conocer “la Virgen de Guadalupe más grande del mundo” que, pintada en el techo de la iglesia, ostenta este récord porque así lo dice el libro de Guiness, afirman orgullosos los lugareños.

También hay que dedicar una tarde a recorrer con calma las tiendas de artesanías y probar de los diferentes mezcales y los chapulines enteros que ofrecen gratis para que se anime a comprar.

Fuera de ahí, todo es bosque tropical caducifolio que envuelve a los hoteles.

Por esta razón en 1998 el gobierno federal declaró Área Natural Protegida al Parque Nacional Huatulco, para conservar sus recursos naturales y a las más de 413 especies de plantas, 130 especies y subespecies de mamíferos, 291 especies de aves, 72 especies de reptiles y quince especies anfibias que habitan este lugar.

Y si bien Huatulco procura mantener ocupados a sus visitantes, incluso con algo de vida nocturna, en realidad su mayor atractivo está en sí mismo, en su poco desarrollo y en la tranquilidad que todo lo inunda.

Sueños cumplidos

Salimos en la mañana soleada hacia el aeropuerto. Es el regreso. En el trayecto, observando el cielo liso y las espesas paredes vegetales por las que se abre camino la carretera, un viejo recuerdo me viene a la mente y lo platico a mis compañeros de viaje: hace 14 años compartí un departamento con un amigo japonés, al que perdí de vista hace mucho tiempo, que intentó transitar por todos los caminos que le puso la vida: taquero, restaurantero, vendedor de cualquier cosa y hasta representante de artistas porque su novia cantaba. En medio de todo eso, él tenía un sueño: irse a vivir a un lugar llamado Huatulco, que entonces pocos sabían que existía.

¿Cómo se llama tu amigo?, me pregunta Rafael, uno del grupo que viajamos. Y sólo le digo su apellido que, por nipón, es poco común. Pepe, el chofer de la camioneta, tercia en la plática y sorprendentemente me dice completo el nombre de mi amigo. Lo conoce. Desde hace más de diez años vive en Huatulco y ahora es un famoso locutor en una estación local al que apodan “El pato pichichi”, sabrá dios porqué. Subo al avión con el gusto de saber que mi amigo japonés cumplió su sueño de vivir en Huatulco.

Milenio Diario. Suplemento TornaVuelta

Modificado el ( jueves, 30 de septiembre de 2010 )
 
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