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Calderón y los depredadores PDF Imprimir E-Mail
escrito por Gustavo Armenta   
domingo, 12 de noviembre de 2006

Ciudad Abierta

2006 Noviembre 12

Calderón y los depredadores

En la pasada reunión anual del Consejo Nacional Empresarial Turístico, máximo organismo de la iniciativa privada de este sector, celebrada hace unas semanas, el presidente electo Felipe Calderón prometió que la industria turística será uno de los pilares de su programa económico y propuso trabajar para que, al final de su mandato, México sea uno de los cinco países del mundo que mayor número de turistas reciba.

De principio, tal propuesta del presidente electo deja ver dos cosas: que tiene una percepción atinada de lo que el turismo significa para las finanzas del país y del inmenso potencial que aún detenta en materia de ingreso de divisas, creación de empleos –principal bandera de su campaña electoral— y desarrollo regional; y, segunda, que no conoce a fondo el tema.

Ya comentamos aquí que desvía la mira al centrar su objetivo en el incremento de turistas extranjeros, lo cual está bien sólo como un medio para llegar a la meta principal: hacer de México una potencia en cuanto a recepción de divisas.

Alguno de sus asesores debería explicarle que el asunto del turismo no se trata nada más de traer turistas, sino que contiene una serie de “sutilezas” --por llamarlas de algún modo— que no hay que perder de vista.

Por ejemplo, los turistas son intrínsecamente depredadores.

Para entender mejor esto, podríamos hacer un símil turístico entre el país y nuestra casa:

Si quisiéramos hacer negocio con nuestra casa y la alquiláramos para reuniones privadas, le sacaríamos mayor provecho si, además de rentar el inmueble, ofrecemos a los clientes otra clase de servicios como botanas, alimentos y bebidas. Y si pretendiéramos todavía tener mayores utilidades, les ofreceríamos una serie de opciones para que eligieran.

Entonces podríamos hacer mucho más negocio si organizamos cenas para tres o cinco personas, sirviéndoles champaña, vino, caviar y langosta, en una situación donde todo el tiempo tendremos el control de lo que hacen los comensales, quienes estarían conversando en la sala y después en el comedor. Así, la casa no estaría en riesgo, se les puede dar un buen servicio y la ganancia sería mucho mayor con una clientela selectiva.

Pero también tenemos otra opción: organizar fiestas con una cuota de cien pesos por persona a cambio de barra libre con licores baratos y comida chatarra de botana. En este caso el negocio estaría en llenar la casa de desconocidos que atiborraran la sala y el comedor, el patio y el jardín, con el riesgo de que deambulen por todos lados, se metan a la cocina y hasta en las recámaras, sin control alguno.

Al final, tendríamos un negocio que puede dejar dinero, parte del cual tendríamos que reinvertir en arreglar los desperfectos que haya causado la turba y hasta en reponer los objetos que se hayan robado.

Pero en el caso de un país enfocado al turismo masivo, los destrozos no son de lámparas y vajilla, sino de recursos naturales y patrimonio histórico, además de que la depredación inicia desde antes y en México ya lo estamos viviendo.

Nuestro país tiene la desventaja de que no cuenta con una oferta turística equilibradamente diversificada, ya que concentra la gran mayoría de su atractivo en el turismo de playa y una pequeña parte en el cultural. Ahí teníamos a miles de turistas en Teotihuacan, Monte Albán, Xochicalco, Tulum o Chichén Itzá, entre otras zonas arqueológicas, subiendo diariamente a las pirámides que no fueron diseñadas para peregrinaciones, por lo que en algunas de ellas se tuvo ya que impedir el acceso a las escalinatas.

Caso similar sucede en Cozumel, Riviera Maya y Cancún, donde la belleza natural del Caribe es la joya más preciada del turismo nacional. Ahí se ubica el segundo arrecife coralino más largo del mundo y cada día recibe la visita de cientos o miles de turistas inexpertos en practicar esnórquel, que ponen en riesgo los corales que se encuentran a poca profundidad. La tentación de llevarse furtivamente un trozo o el peligro de dañarlos con un aletazo accidental, siempre están latentes y suceden a diario.

Mientras más turistas visiten esos sitios, el riesgo será mayor. Y sólo estoy citando los ejemplos más obvios. Podríamos agregar la contaminación que generan; y ahí están las playas de Acapulco como prueba, convertidas en basurero de turistas y desagüe de hoteles.

Sin embargo, la depredación previa es todavía mucho mayor. A Cancún, que es una isla, le llevó treinta años conjuntar 28 mil habitaciones de hotel, destruyendo los manglares para construir hoteles en las playas. El año pasado el huracán Wilma les demostró que eso no se debe hacer. Pero a la Riviera Maya, que es un chorizo de playa de 120 kilómetros de largo, sumar esa misma cantidad de cuartos apenas le tomó una década. La fórmula sigue siendo la misma: arrasar las defensas naturales del sitio, para levantar grandes hoteles, desarrollos inmobiliarios, campos de golf y marinas. Y mientras más turistas vengan, más de todo esto se necesitará y más destrucción habrá.

No, el camino no es recibir a millones de visitantes más. El asunto es muy complejo, pero por lo pronto, habría que pensar en encontrar la manera de que, los que ya vienen, encuentren más y mejores productos en qué gastar.

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Modificado el ( miércoles, 11 de junio de 2008 )
 
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