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Venecia, la ciudad intocada por el tiempo PDF Imprimir E-Mail
escrito por Gustavo Armenta   
miércoles, 28 de febrero de 2007

Venecia, la ciudad intocada por el tiempo

Se conserva como un museo viviente, como una muestra de lo que fueron los emporios de hace muchos siglos, como una reliquia que se niega a reblandecerse en sus cimientos

Procedente de Roma, llegué a Venecia una fresca mañana de otoño. Salí de la estación del tren y de inmediato mis sentidos se llenaron con lo que percibieron: los ojos se rebozaron de canales, góndolas, cúpulas, arte convertido en casas y un cielo luminoso que rompía la bruma matinal; la piel se encrespó con el viento ligero y frío que todo lo envolvía; los oídos se saturaron con el rumor de la ciudad, de murmullos que venían de todos lados, con el chapalear de los remos al entrar en el agua; los labios percibieron una sal que flotaba y el olfato se impregnó de aroma de pescado lozano y húmedo. Desde entonces, siempre que entro a una pescadería, de inmediato me viene a la mente Venecia.

Sin itinerario y sin prisa, decidí dejarme llevar por el instinto y como si hubiera una invisible estela que flotaba en el aire seguí los pasos de ese aroma de pescado que me llevó a un mercado abierto en un puente curvo sobre un canal. Ahí me impregné de una infinidad de aromas: desde los pescados plateados que descansaban brillantes sobre los estantes, hasta frutas desconocidas y yerbas penetrantes, todo envuelto en la esencia de la laguna que envuelve a esta isla, a donde alcanzan a llegar los efluvios del Adriático.

Así me adentré en esta legendaria ciudad de Italia, prácticamente intocada por el tiempo, que se conserva como un museo viviente, como una muestra de lo que fueron los emporios de hace muchos siglos, como una reliquia que se niega a reblandecerse en sus cimientos y morir ahogada porque fue edificada sobre islotes y agua.

Internarse en los laberintos de Venecia es lanzarse al pasado en una virtual máquina del tiempo, donde sus balcones pueden traer a la memoria a Romeo y Julieta, sus plazoletas escondidas remiten a los tiempos de Dante Alighieri y los muros que la protegen recuerdan los tiempos en que los papas no eran hombres buenos.

Esta es una ciudad sorprendente por todos lados, emergida del agua y erigida con esfuerzos titánicos, casi inconcebibles para nuestra época. Baste un ejemplo para comprender su magnificencia: sus primeros constructores entendieron que los islotes que habitaban esta zona de la península italiana, formados lentamente con la resaca del mar, no eran los suficientemente fuertes para soportar los edificios que querían levantar. Ante este problema, antes de iniciar se hacía imprescindible llevar a cabo obras de consolidación, basamentos que pudieran sostener grandes pesos. Así, clavaban estacas sobre las cuales empotraban, a manera de plataforma, gruesos tablones para, además, nivelar el terreno.

Tan sólo para la cimentación de la iglesia de la Salute, clavaron un millón 606,057 estacas de roble, aliso y alerce, de cuatro metros de largo en promedio. La obra duró casi dos años y dos meses.

Pero la ciudad asombra no sólo por sus inverosímiles cimientos, sino también por su arquitectura, conformada eclécticamente a través de los años. Desde sus inicios, y hasta el siglo XIII, fue un centro de arte y cultura bizantinos, donde la basílica de San Marcos, uno de los iconos de la urbe, es su máxima expresión con sus arcos redondos realzados; capiteles decorados con tallas a cincel, elegantes y de poco relieve; mármoles multicolores y motivos de hojas y figuras simétricas enfrentadas.

En los siglos XII y XIII apareció el estilo románico, identificado por el uso del arco de medio punto y macizos y gruesos muros.

Después, con la construcción del Palacio Ducal, el más importante edificio público veneciano, hizo acto de presencia el gótico.

En el siglo XV, en pleno florecimiento del Renacimiento, Venecia se decoró con estructuras clásicas, estatuas y monumentos elaboradas bajo la innegable influencia de Miguel Ángel.

Para el siglo XVII la alcanzó el barroco, con decoraciones que aprovechaban todas las posibilidades cromáticas del movimiento y de la luz.

El estilo neoclásico predominó en los siglos XVIII y XIX, dedicado principalmente a la restauración y conservación de su ya para entonces invaluable patrimonio artístico.

Lo principal

Disfrutar con calma esta ciudad puede tomar muchos días. Pero si careces de tanto tiempo, no andes con rodeos y dirígete directamente a su corazón: la Plaza de San Marcos, donde se ubican la Basílica de San Marcos, que guarda los restos del evangelista; y el Palacio Ducal.

Después de recorrer ambos edificios, de gozarlos por dentro y fuera, disfruta también del Campanario que con sus casi 99 metros se eleva muy por encima de todas las construcciones, y que originalmente fue un faro y una torre de defensa; así como de la Torre del Reloj, donde en su cima los Moros de bronce hacen sonar las horas cada hora. Frente al mar, como enmarcando la entrada a la plaza, se levantan dos columnas monolíticas donde descansan el León alado de San Marcos y la estatua de San Teodoro, ambos símbolos de Venecia.

En el sitio también se encuentran la Loggeta, la Biblioteca, y los museos Arqueológico y Correr.

Al concluir este recorrido, que lleva varias horas, lo mejor es tomar un descanso y beber algo en algunos de los muchos bares, cafés y restaurantes que tienen sus mesas con sombrillas en plena plaza, lo cual da la oportunidad de volver a recrearte en las fachadas de los edificios, observar en su conjunto la explanada habitada por palomas y reposar los ojos en el agua que circunda la metrópoli.

El día debe continuar contratando una góndola, que tiene las puntas chatas para poder navegar en aguas poco profundas, y transitar por los canales de esta ciudad que, a falta de calles pavimentadas, se comunica por líquidas carreteras que dan la oportunidad de ir descubriendo su belleza que la envuelve por todos lados. Con detenimiento hay que ir mirando los frentes de las casas y los palacios, que son muchos, y la decoración de los puentes, como el de Los Suspiros, uno de los más famosos.

También hay que darse tiempo para visitar sus galerías donde se guardan verdaderos tesoros, y sus otras iglesias donde aguardan al viajero más maravillas.

Revista Buen Viaje

 
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